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En los años cincuenta del siglo pasado, había un maestro tatuador en Inglaterra que se llamaba George Burchett. Era la máxima autoridad en su oficio, un hombre práctico y aventurero que atendía en el East End de Londres con delantal de médico. Reyes, aviadoras, oficinistas y divas de cine: todos querían sus tatuajes, y él los atendía sin perder el temple. Por su camilla pasaron el señor que tenía artritis y se dibujó bisagras en las articulaciones, el hombre momia, el hombre cebra y el matón que se estampó un mandala de flores en la cara. Los clientes le llevaban una idea y él la hacía realidad. Pero cuando se sentó a escribir sus memorias, las manos le empezaron a temblar.
Siempre me impresionó la vacilación de este maestro de la aguja afilada. Le dedico esta tarde a ese temblor y a los libros que cuentan una vida, sea la propia o la ajena. No puedo imaginar una prueba más concluyente de la vitalidad de estos libros que ese temor.
A Burchett le daba miedo «estropear las cosas». Los amigos le decían que con todas las anécdotas que conocía, el libro estaba asegurado. Pero él contestaba «vamos, no me vengan con eso», y les hablaba de fútbol y del clima para que lo dejaran pensar tranquilo. Ya había sentido algo parecido a los trece años. Se había escapado de casa para ir a Japón, a formarse con los grandes tatuadores. Pero cuando llegó al puerto de Kobe y vio la bahía desde un barco, notó que los tatuajes que lo habían llevado hasta ahí eran poco y nada comparados con ese lugar. Ese día, se dijo: «hay cosas que siempre van a estar del otro lado de la vidriera». Y ahora, a los ochenta años, puesto a escribir sus memorias y las de toda esa gente, volvía a ser el mismo novato de la adolescencia.
Puedo imaginar la relación de ese momento de inseguridad con sus ilusiones, como si solo al desorientarse hubiera podido abrazarlas. Los diccionarios dicen que una biografía es el relato de la vida de una persona. Cuando este señor levantó la lapicera para recordar la suya, debió sentir, de una manera simple y sabia, la tensiones que se generan entre «relato» y «vida». Burchett nunca había escrito un libro, pero los escritores más veteranos también vacilan antes de lanzarse a contar una vida, incluso la propia. En general escriben un prólogo, y ahí se los ve tan indefensos y anhelantes como al rey de los tatuajes. Se ven los sueños detrás de estos libros basados en hechos reales […].
Leer el discurso completo de Esther Cross, académica de número de la AAL, pronunciado el 21 de agosto de 2025 en el acto de la Academia Argentina de Letras en que celebró su recepción pública.

Esther Cross; Rafael Felipe Oteriño, presidente de la AAL, y Pablo Cavallero, secretario general.
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