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SU DISCURSO DE RECEPCIÓN PÚBLICA

«Las palabras de los otros.
Una reflexión sobre el sujeto que habla en teatro
y las palabras que usa y que lo usan»,
por Rafael Spregelburd

 


Crédito: Federico Lopez Claro / Clarín.

Que hablamos palabras que son de otros es una verdad de Perogrullo y no voy a acometer la faena de demostrar lo obvio: que el lenguaje es anónimo, social, improbable, irregular, mutante, inabarcable y todo aquello que ya sabemos y tememos de él. La lengua de los argentinos encuentra en esta Academia rituales de diversos tipos y hoy me toca el honor de proveer uno de estos. Desde mi cómoda perspectiva, en vez de hablar del lenguaje o de las palabras en general voy a hablar de las palabras que ocurren en el teatro, que es mi especificidad y que probablemente sea al mismo tiempo una de las flexiones más inespecíficas de todas las que le toca hacer al lenguaje.

La virtualidad del teatro se parece más a la de la vida que a la de las palabras. El teatro —ya quedó claro luego de años de teoría posdramática— no es un acto completamente lingüístico; afortunadamente está contaminado de otras disciplinas, como la música y la plástica, y en el teatro la palabra escrita tiene la habilidad —si no la obligación— de denotar muchas veces lo contrario de lo que dice.

Como destacaba Susanne Langer en «Feeling and Form», la virtualidad del teatro es la de una «vida virtual futura», dado que mientras asistimos a los acontecimientos que se despliegan en tiempo real, a diferencia de la novela, no percibimos tanto una vida virtual pasada que nos es contada como si hubiera terminado y hubiera quedado escrita (una novela) y cuyo final está estampado para siempre de un único modo en la última página sino que lo que realmente da forma al teatro es la generación de expectativas: lo que va a pasar se puede desplegar en cualquier dirección, porque aún no ha ocurrido. Es el despliegue del destino ante nuestros ojos, un destino potencial, bifurcado con cada réplica. La vida potencial es casi más importante que la representada, que suele ser tosca y se basa en rudimentos escénicos muy elementales. Es una ilusión óptica, claro está, porque los actores ya tienen ensayadas las palabras que dirán, pero casi todo su trabajo consiste en hacernos creer que ellos tampoco conocen el destino; que el destino no está escrito.

Mi destino probablemente no era estar acá. El destino de José María Paz, cuyo sillón ocupo ahora, seguramente dio mil vueltas hasta acomodarse a él. Extrañas circunstancias, que me honran y me apabullan, me tienen —contra todas las fuerzas de lo que yo suponía era mi destino— ingresando a esta Academia de Letras. Y es una rara ocasión la de poder honrar este ingreso con un discurso que —tal como sucede en el teatro— es dicho en presencia. Las palabras que pronunciaré esta tarde tienen una característica muy singular. A pesar de haber sido escritas previamente, sólo parecen vivir cuando se las digo. Es decir, que este acto de enunciación requiere una reunión, que es esta, en unas condiciones específicas, que son estas, en un momento particular, que es este, y como verán, siempre uso un deíctico, «este», que antes iba con tilde y ahora ya no, y que sólo tiene un significado real cuando el presente lo indica y lo define. Me interesa señalar esta obviedad porque la palabra teatral, que es objeto de esta breve alocución, es también siempre deíctica, y esa es una diferencia que no pocos autores de prosa o de poesía pasan por alto cuando quieren escribir teatro […].

Leer el discurso completo de Rafael Spregelburd, académico de número de la AAL, pronunciado el 11 de septiembre de 2025 en el acto de la Academia Argentina de Letras en que celebró su recepción pública.

 


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