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No queremos ser un periodismo previsible, cristalizado, domesticado y gris, sino un oficio maldito.
El autor pronunció este discurso en el marco de la inauguración de la 16.a Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin) y el 20º Congreso Internacional del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).

Jorge Fernández Díaz tuvo a su cargo la disertación de apertura del congreso de periodismo de investigación más prestigioso de la región. Crédito foto: CLEO_BOUZA.
La Nación — Así se titulan estos breves apuntes que comparto con ustedes esta tarde tan especial. Previsiblemente el periodista está acechado y cruzado por múltiples peligros en este momento histórico de la democracia occidental. Y quizá precisamente por eso resulta cada vez más apasionante ser periodista. No me refiero en esta ocasión, naturalmente, a los periodistas asesinados o amenazados de muerte en tantas zonas calientes de América Latina, a quienes homenajeamos aquí con nuestro corazón herido y con creciente preocupación. Sino a una situación general que curiosamente sucede hasta en las zonas más pacíficas. Es que los poderes de turno y los nuevos populismos de derecha y de izquierda nos quieren ubicar en el lugar de un oficio maldito. Y yo les digo, aquí entre nosotros: ¿qué mejor y más estimulante lugar que ese, colegas? No queremos ser un periodismo previsible, cristalizado, domesticado y gris, sino un oficio maldito. Un oficio que es una verdadera maldición para los que mandan o para los que miran para otro lado.
Este asunto al que me refiero resulta irónico, porque mientras dicen que estamos en decadencia, piensan que somos un gran peligro para sus poltronas y enjuagues. He aquí una paradoja reveladora: ni las redes sociales ni la tecnología nos han reemplazado. La evidencia más grande es, justamente, que nos combaten con denuedo desde el poder. «No odiamos lo suficiente a los periodistas», ha sido la consigna de nuestro presidente, mientras sus trolls nos decían «viejos meados» y «decadentes», y nos llenaban de insultos intimidantes. ¿No es gracioso? Bueno, sólo si apartamos el hecho de que es gravísimo para la libertad de expresión y para la democracia, sólo si olvidamos por un momento lo que hemos sufrido en carne propia, admitamos que sí resulta al menos tragicómico este contrasentido de ser despreciados y temidos al mismo tiempo. Hay tanta voluntad de hundirnos en la autocensura que no podemos sino pensar que esta voluntad es directamente proporcional a lo peligrosos y relevantes que somos. Es una buena noticia. Para la democracia y para la libertad. Seamos entonces, con alegría, un oficio maldito.
El otro peligro al que aludo en el título de estos breves apuntes debe mucho a la comunicación política de los gobiernos, que anteponen el relato a la gestión. Los periodistas, con sus investigaciones explosivas y sus tramas secretas, corroen las máscaras doradas del poder y desmontan esa narrativa oficial, y por eso es que son un peligro. Y no sólo los periodistas de datos, sino también los de interpretación: si el juego es crear una narrativa y un sentido desde los aparatos del Estado, las corporaciones privadas y los partidos políticos, el articulista que desmonta esas falacias con sus razonamientos es, por lógica, el enemigo público número uno. Se puede mentir con silencio, con hechos adulterados, con manipulación estadística o generando argumentos falaces: los gobiernos son ahora grandes máquinas de literatura ficcional, y nosotros estamos aquí para rebatir con veracidad y sentido común esas invenciones perniciosas […].
Seguir leyendo el artículo del académico de númeo de la AAL Jorge Fernández Díaz publicado en La Nación, el jueves 6 de noviembre.
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