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HOMENAJE A EMILIA DE ZULETA
«Emilia de Zuleta, la pasión de enseñar y de vivir», por Jaime Correas

 


Crédito foto: Hernán Zenteno - La Nacion

Uno de los grandes privilegios de mi vida ha sido conocer a un conjunto de personalidades extraordinarias de Mendoza. Entre ellas, una de las notables es Emilia Puceiro de Zuleta. Es profundamente mendocina, a pesar de que nació en Palermo en 1925, cerca de este edificio, y viajó en la infancia a la Galicia de sus mayores. Vivió dos años allá y esa experiencia la marcó. Se educó junto a la cordillera de Los Andes, donde llegó a los once años. En el oasis rodeado de desierto conoció el estudio, la amistad y el amor. Cuando la visité hace unos días por sus cien años me habló de su constante nostalgia por esa tierra propia y añorada, llena de recuerdos vitales. Mendoza la vio crecer desde una juventud inquieta hasta convertirse en una figura literaria con repercusión internacional. Alguna vez escribió: «Heredé de mis padres la nostalgia de Galicia, de sus casonas de piedra, aquellos verdes tiernos e intensos, aquella luz tamizada por el orballo, esa lluvia menuda que no alcanza a ser lluvia, esa niebla baja que difumina los espacios del campo y atenúa los sonidos de la ciudad. Son cosas que vienen con la sangre y acoge el corazón, si uno es fiel a sus orígenes. De allí viene mi sentido de lo mágico que contrapesa mi sólido realismo y el hábito de soñar despierta. Pero también heredé Mendoza de mi padre, que se enamoró de esta tierra tan diferente de la suya y quiso ser campesino, jugándose en “la voltaria rueda del año”, como dice Machado, el fruto de muchos trabajos anteriores. De él heredé Mendoza, el deslumbramiento de su sol y de su cielo implacablemente azul y, sobre todo, mi amor a Mendoza. Amor a su paisaje natural, áspero, difícil en la piedra infinita cantada por Ramponi».

Emilia es ante todo una poderosa lectora. Sé que le gustará que evoque hoy a su maestra Sara Agüero Hernández, a la que ella siempre recuerda con afecto y agradecimiento por su impulso en la pasión de leer. Su complicidad empezó en las aulas del secundario y se continuó en una amistad de cincuenta años.

Cuando pienso en Emilia, se me presenta mi abuela Angèle San Martín de Correas, a quien definiera en una carta que atesoro entre mis papeles más queridos como «mi amiga entrañable y compañera de lecturas». Esa definición cariñosa me remite a mi casa de infancia en la calle 25 de Mayo, repleta de libros y desenvolviéndose bajo la presencia tutelar de la madre de mi padre trabajando en su taller de encuadernación. Era un mundo de mujeres al que Emilia estaba amorosamente emparentada.

¿Quién siento entonces que es Emilia de Zuleta? La lista de mis deudas con ella es tan extensa que podría definirla como una acreedora impagable. Sin embargo, como un modo ineficaz de honrar todo lo recibido los invito a hacer un breve recorrido por algunas anécdotas surgidas del azar de la memoria, para, en ese peregrinar, contarles sobre su personalidad y dar respuesta a la pregunta disparadora […].

Leer el discurso completo de Jaime Correas, académico correspondiente con residencia en Mendoza, pronunciado el 25 de septiembre de 2025 en el acto de la Academia Argentina de Letras en que celebró el homenaje a la académica honoraria Emilia de Zuleta (1925-2025) por el centenario de su nacimiento.


 


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