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HOMENAJE A EMILIA DE ZULETA
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Uno de los grandes privilegios de mi vida ha sido conocer a un conjunto de personalidades extraordinarias de Mendoza. Entre ellas, una de las notables es Emilia Puceiro de Zuleta. Es profundamente mendocina, a pesar de que nació en Palermo en 1925, cerca de este edificio, y viajó en la infancia a la Galicia de sus mayores. Vivió dos años allá y esa experiencia la marcó. Se educó junto a la cordillera de Los Andes, donde llegó a los once años. En el oasis rodeado de desierto conoció el estudio, la amistad y el amor. Cuando la visité hace unos días por sus cien años me habló de su constante nostalgia por esa tierra propia y añorada, llena de recuerdos vitales. Mendoza la vio crecer desde una juventud inquieta hasta convertirse en una figura literaria con repercusión internacional. Alguna vez escribió: «Heredé de mis padres la nostalgia de Galicia, de sus casonas de piedra, aquellos verdes tiernos e intensos, aquella luz tamizada por el orballo, esa lluvia menuda que no alcanza a ser lluvia, esa niebla baja que difumina los espacios del campo y atenúa los sonidos de la ciudad. Son cosas que vienen con la sangre y acoge el corazón, si uno es fiel a sus orígenes. De allí viene mi sentido de lo mágico que contrapesa mi sólido realismo y el hábito de soñar despierta. Pero también heredé Mendoza de mi padre, que se enamoró de esta tierra tan diferente de la suya y quiso ser campesino, jugándose en “la voltaria rueda del año”, como dice Machado, el fruto de muchos trabajos anteriores. De él heredé Mendoza, el deslumbramiento de su sol y de su cielo implacablemente azul y, sobre todo, mi amor a Mendoza. Amor a su paisaje natural, áspero, difícil en la piedra infinita cantada por Ramponi».
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T. Sánchez de Bustamante 2663 |
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