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ENTREVISTA A RAFAEL FELIPE OTERIÑO
«Las pasiones son más fuertes y duraderas que los entusiasmos»

 

rafael felipe oteriño

Rolando Revagliatti, en Insurgencia MagisterialRafael Felipe Oteriño [académico de número y presidente de la AAL] nació el 13 de mayo de 1945 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, República Argentina, y reside desde 1971 en otra ciudad bonaerense: Mar del Plata. Es Abogado por la Universidad Nacional de La Plata, habiendo, además, realizado estudios de Letras en la Facultad de Humanidades de dicha universidad […].

—¿Cuál fue tu primer acto de «creación», a qué edad, de qué se trataba?

—Debo retrotraerme a mis doce o quince años, en La Plata, a un día violento de otoño en el que las hojas de los plátanos volaban y se arremolinaban en la vereda con el anuncio de una tormenta inminente. Ahí me cayeron unas primeras líneas que bosquejaban la idea de un mundo sustraído de su orden, arrebatado por el torbellino del viento y seguido en mí de algo interior parecido a un reclamo de piedad. No hago esfuerzos por recordar esos versos (más bien, hago el esfuerzo de olvidarlos), ya que dicho primer intento no era más que una expresión subjetiva y no la pieza literaria y susceptible de compartir que constituye un poema.

—¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

—Con la lluvia y las tormentas tengo un sentimiento dual: por un lado, me encantan, en cuanto a voluptuosidad, energía e ímpetu; por otro, me sobrecogen porque, mientras duran, me dan la impresión de que han venido para quedarse. Tal vez se filtra en esto último el recuerdo de la vieja casa de mi infancia, de techos altísimos y azoteas embaldosadas, en la que con cada tormenta no faltaba la gotera insidiosa quebrando, como un intruso, la vida doméstica.

Las otras propuestas son variadas. Vayamos de a una. Con la sangre no discuto, ni aun metafóricamente; está ahí, como un río vital y yo me limito a dejar que siga cumpliendo su tarea. La velocidad no me seduce si no es como condición para que las cosas anheladas ocurran más pronto. Y a las contrariedades las tomo como parte de la vida: una tarea a afrontar.

—«En este rincón» el romántico concepto de la «inspiración»; y «en este otro rincón», por ejemplo, William Faulkner y su «He oído hablar de ella, pero nunca la he visto». ¿Tus consideraciones?

—Por su larga tradición literaria, la palabra inspiración tiene un lugar ganado que no voy a controvertir. Podría sustituirla por las expresiones «precipitado psíquico», «tropel de palabras», «don», «dádiva», “estado de inocencia», que marcan, de igual manera, la libertad imaginativa y el afán constructivo que son antesala del acto creador. Lo que tengo claro es que sin ese disparador la escritura de poesía demora su inicio. Pero tampoco apuesto todas mis fichas a su aparición inconsciente. Creo que la obra de creación es fruto de un don y una tarea; que el poeta es «tocado» por la poesía y que es, asimismo, un artesano de la lengua. Lo que se expresa de manera bastante adecuada diciendo que la obra «nace» y «se hace». Y arriesgaría que este último factor es insustituible, pues durante el “quehacer» el autor calibra la potencia del material recibido en bruto, examina la originalidad de sus contenidos, se impone una estrategia y una dirección, basado en su experiencia en cuanto a los límites del lenguaje y a sus propios límites.

—¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

—Me gustan los libros de memorias y los diarios de escritores, en cuyas páginas podría rastrear «avatares», pero lo cierto es que me detengo más en las obras que en el anecdotario sobre sus vidas. Incluso, te diría que cuando sus aventuras y/o peripecias se sobreponen a la obra y tienden a reemplazarla, el autor deja de interesarme en relación directamente proporcional al hecho. Pienso, por caso, en la vida de H. W. Auden, de quien hay bastante material sobre sus aconteceres, desplazamientos y amores, pero que no llegan —en mi caso, al menos—, a desplazar el interés por sus poemas capitales, a los que vuelvo una y otra vez, ya estén situados en Oxford, Hamburgo, Sintra (Portugal), Viena o Nueva York.

Admito dos excepciones a esta regla y ellas son: Rimbaud y su corta vida de disconforme social tanto antes de escribir sus tres obras capitales como después de renunciar a la literatura, y Oscar Wilde, con sus humoradas de dandy, que son toda una celebración de la inteligencia (aunque, a mi juicio, en la medida en que el testimonio proviene de sus propias páginas, también forma parte de su literatura) […].

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