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Se celebró una nueva edición del Lunfardazo en San Telmo

 

El sábado 6 de septiembre, en la sede de la Academia Porteña del Lunfardo hubo paneles de debate, feria de libros, sorteos y un cierre musical bien tanguero. Participaron Oscar Conde, académico de número de la AAL, y Santiago Kalinowski, director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la AAL.

oscar conde
Oscar Conde, Ema Cibotti y Andrea Bohrn y Santiago Kalinowski

Daniel Gigena, en La Nación — Atenti: con una nueva edición del Lunfardazo, la Academia Porteña del Lunfardo (APL) celebró el sábado 6 de septiembre el Día del Lunfardo (establecido el 5 de septiembre para conmemorar la publicación del libro Lunfardía de José Gobello, en 1953). Las actividades —exposiciones de académicos, feria de libros y sorteos— se desarrollaron a partir de las 15.30 en la sede de la APL, en Estados Unidos 1379. Al atardecer, hubo un cierre musical con el Dúo Placenti-Frasca y la voz de Nina (el pianista y compositor Adrián Placenti integra la APL, donde ocupa el sillón «Last Reason»).

«Desde fines del siglo XIX el lunfardo expresó el habla coloquial del criollo cosmopolita, una figura tan singular como la de la propia sociedad porteña que modeló los flujos inmigratorios de gentes que se mezclaban por doquier —dice a La Nación la historiadora Ema Cibotti, presidenta de la APL, donde ocupa el sillón «Félix Lima»—. Una experiencia social, única, irrepetible, que transformó a Buenos Aires en la única capital del mundo que cruzó el umbral del 900 con más población extranjera que nativa».

El lunfardo no pierde vigencia y se renueva entre laburantes, fifís, chamuyeros y piojos resucitados. «El glosario lunfardo, extenso, sigue en uso con palabras como mina, pibe, trompi, engrupido, cana, laburo, afano, tongo, gil, y nos acerca como antaño, pero entonces también intimidaba. Decidor, sirvió como puente y barrera para saber quién era quién en una sociedad que permeaba las diferencias de clase. Las intenciones no bastan para excluir o prohibir y en rigor no hubo guetos, nos mezclamos, y sorteamos los vetos, porque la dinámica de la asimilación, gracias a la escuela, fue vertiginosa, como lo fue el entrevero entre la oralidad y la escritura, cunas del lunfardo en la letra viva del sainete primero y del tango, escrito, leído y cantado».

«Nuestra Academia valora y analiza este origen y su larga deriva hasta hoy. Es herencia cultural y patrimonio intangible pero siempre, siempre, como dice Oscar Conde, “el lunfardo es una rebelión de la lengua”», concluye Cibotti, que el sábado dio las palabras inaugurales del Lunfardazo.

Con Andrea Bohrn (sillón «Roberto Arlt») y Santiago Kalinowski (sillón «Luis C. Villamayor»), el académico Claudio Martínez (sillón «Carlos Gardel») disertó en el panel «Estudiar el pasado para comprender el presente: la importancia del trabajo documental en el estudio del lunfardo».

[...] También participaron del Lunfardazo los académicos Teresita Lencina (sillón «Ángel Gregorio Villoldo»), Dulce Dalbosco (sillón «Nicolás Olivari»), Daniel Antoniotti (sillón «Enrique González Tuñón»), Jorge Dimov (sillón «Evaristo Carriego») y Oscar Conde (sillón «Benigno Baldomero Lugones»).

Leer el artículo completo en La Nación.

 


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