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NOTA NECROLÓGICA
«Despedida de Élida Lois», por Celina Ortale

 

Compartimos el obituario de la doctora Celina Ortale, profesora en Letras de la Universidad Nacional de La Plata, quien fue discípula de Élida Lois, especialmente escrito para la Academia Argentina de Letras, por pedido del presidente Rafael Felipe Oteriño.

élida lois

Celina Ortale — El 17 de agosto se nos fue nuestra querida Élida, la maestra filóloga, introductora de la crítica genética en el país, especialista en manuscritos de escritores argentinos, erudita minuciosa, lingüista exquisita, conocedora de la raigambre fonológica latina hasta los acentos gauchescos y porteños. Se nos fue nuestra querida profesora, paciente, sagaz, divertida, de ironía pícara, inteligencia sutil, generosidad sin límites y modestia al absurdo.

Parte de su recorrido académico ha sido recuperado en estos días en artículos periodísticos que lamentaron su muerte. Se mencionó que fue responsable de las maravillosas ediciones con cotejo de manuscrito del Don Segundo Sombra de Güiraldes y del Martín Fierro de Hernández, de la colección Archivos; que logró exorcizar la endemoniada letra de los papeles preparatorios de Peregrinación de Luz del Día y El crimen de la guerra y dejar dos ediciones extraordinarias de Alberdi publicadas por la UNSAM; y que elaboró un manual de consulta obligada para la docencia e investigación en crítica genética titulado Génesis de escritura y estudios culturales, de la editorial Edicial. Se explicó también que se graduó con honores en la UBA, fue investigadora principal del CONICET, docente universitaria por más de cuarenta años entre la Universidad de Buenos Aires, la UNLP y la UNSAM, que dictó conferencias en numerosas instituciones académicas de Norteamérica, América Latina y Europa y que generó convenios, asesoró y formó parte de comités y consejos de evaluación e investigación en múltiples instituciones nacionales y extranjeras, entre las que se destaca la Academia Argentina de Letras, a la que se integró para ocupar el sillón de José María Paz, en 2016.

Sé que ha dejado todo ese camino de libros, que ha sido un testimonio vivo de la pasión por el estudio riguroso y la investigación morosa, como ella decía cuando se refería a su labor. Sé que nos avanzó en el derrotero de la filología, la crítica genética y el archivo trazando líneas hacia el infinito, que nos abrió las puertas a centros internacionales, que colaboró en la recuperación de patrimonio cultural invaluable, pero lamento, sobre todo y sin lugar a dudas, que se nos fue un alma de prodigalidad maternal y agudeza sensible. Por eso, yo quiero llorar su pérdida personal, la orfandad en que nos deja su partida a quienes solíamos consultarla.

He tenido el honor de ser su discípula, de tenerla como profesora en la Cátedra de Filología Hispánica de la UNLP, en donde me guió como ayudante, becaria e investigadora de licenciatura y doctorado con una dedicación absoluta; pero no sé de qué enorgullecerme más, si de su infalibilidad científica o de su amorosidad. En los treinta años que la conocí no crucé a nadie que no rescatara su carácter bondadoso. Desde todo el abanico cultural posible enseñó a todos, a legos y a especializados, por igual. Compartió datos, enfoques, contactos, hipótesis, trabajo, informes, propuestas, cargos y promociones con todo el mundo y no se reservó nada para sí. Veneraba a su tutora, la filóloga y lingüista Ana María Barrenechea, y celebro que, entrevistada por un diario nacional, la Dra. Alicia María Zorrilla, integrante de esta Academia, haya ofrecido un nuevo testimonio de su «inmensa generosidad» y su condición de «Maestra ejemplar, con mayúscula».

Me llegó la noticia de su muerte por un correo de Julio Schvartzman en donde me comunicaba la triste desgracia. Me avisó también que estaba elaborando un texto para leer en su entierro y me lo pasó.

Descubrí en esas líneas que la definía como una «tanguera de alma» y sentí una nostalgia tremenda porque yo no conocí esa faceta suya y ya nunca la podría conocer... Le pregunté cómo era eso y me contó que a Élida le gustaba mucho el tango y que solían cantar a veces a dúo… Siento ahora que debí intuirlo con esa voz grave y un poco ronca que tenía… Al otro día Julio me comentó que el entierro, al que lamentablemente no pude asistir, fue bajo un diluvio torrencial, lo que colaboró al sentimiento de pérdida, y que la iba a «extrañar horrores».

Élida dejó una huella imborrable particularmente en nuestra Facultad de Humanidades, donde han proliferado los estudios en archivo y crítica genética gracias a su legado y donde también la vamos a extrañar horrores. La última vez que la escuché fue en una conferencia sobre manuscritos de Borges en esta Academia. Ofreció un panorama increíble por las reescrituras borgianas, mostró algunas páginas de esa letra colegial y dejó completamente admirado al auditorio que disfrutó de su genialidad. Probablemente haya sido una de sus últimas apariciones públicas, ya que poco después me avisó que se retiraba de la actividad y nunca más tuve el privilegio de escuchar alguna conferencia suya.

Agradezco especialmente al Presidente Rafael Felipe Oteriño la delicadeza de ofrecerme este espacio para despedirme de ella.

Se fue mi querida maestra: ¡Yunques sonad, enmudeced campanas!

Dra. Celina Ortale
UNLP

 


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